Si has vivido lo suficiente, es casi seguro que has vivido las emociones incómodas y dolorosas que surgen cuando sentimos desilusión o una traición.
Puedo dar fe de la intensidad que se siente al vivir una desilusión. Puede ser una experiencia muy dolorosa y precipitar períodos emocionalmente difíciles en nuestras vidas en los que nos vemos obligados a examinar y cuestionar las bases mismas de nuestra identidad, autoestima, relaciones personales, creencias o elecciones de vida.
La desilusión expone la brecha entre nuestras ilusiones, es decir, nuestras esperanzas, necesidades y expectativas, y la realidad. En este sentido, la desilusión implica sentir duelo porque dentro de nosotros muere una creencia profundamente arraigada. Naturalmente, nos resistirnos porque sentimos que estas creencias son lo que le dan sentido a nuestra vida, y la resistencia se vive como negación, ira, justificaciones, regateo con la realidad o revolcándonos en culpas y sintiendo lástima propia.
Nuestras mentes tienen formas de sobrellevar estas pérdidas. Una de las estrategias más conocidas es negar o ignorar que la desilusión sucedió y reafirmar la ilusión. La mente humana tiene una capacidad asombrosa para deformar la realidad para atender sus necesidades inmediatas, como nuestra necesidad de seguridad. Los niños maltratados, por ejemplo, a menudo se culpan a sí mismos por su situación en vez de responsabilizar al cuidador que los maltrata por su gran necesidad de sentir seguridad. Como adultos, también somos vulnerables a negar la realidad a cambio de sentir seguridad y certeza.
Sin embargo, negar o ignorar realidades difíciles conlleva un alto precio. Como niños, a menudo éste el único mecanismo que tenemos disponible para sobrellevar el dolor y sobrevivir, pero el dolor se traslada a la vida adulta, algo que es bien sabido. Como adultos, si negamos o ignoramos la realidad nos privamos de aprender a integrar el dolor que esto conlleva y solo postergamos lo inevitable. Podemos negar o ignorar la realidad para protegernos de la desilusión y las emociones que detona, pero al hacerlo obstaculizamos nuestro crecimiento personal y maduración.
De maneras menos dramáticas, la desilusión también juega un papel importante en nuestra maduración como adultos sanos. Cuando somos niños tendemos a pensar que nuestros padres son perfectos, pero esta noción inevitablemente nos desilusiona a medida que crecemos y nos damos cuenta de que ellos también son humanos imperfectos. De este modo, la desilusión es una fuerza nos obliga a dar un paso hacia el mundo de los adultos.
Estamos constantemente expuestos a la desilusión a lo largo de nuestros ciclos de vida. Quizá la vivamos en nuestra vida romántica, familiar o financiera. Quizás nos desilusionemos con nuestras expectativas y planes. Entonces, ¿cómo afrontar la desilusión?
Creo que como adultos necesitamos dos condiciones básicas para afrontarla. La primera es tener el coraje de reconocerla y la voluntad de asumirla. Es más fácil decirlo que hacerlo porque nuestras mentes tienden a valorar la seguridad y certeza de la ilusión por encima de la incertidumbre de la desilusión, aunque esto signifique permanecer en el sufrimiento. Buda lo expresó bellamente cuando describió que el mayor apego que tenemos es el apego a nuestro propio sufrimiento.
La segunda es que necesitamos madurez y una psique saludable para ayudarnos a superar la lucha por integrar la desilusión y permitir el aprendizaje profundo que nos puede proporcionar. Es decir, es posible que necesitemos terapia para poder navegar estas aguas con éxito.
Sin estas dos condiciones, el proceso de sanación no puede avanzar.
Podemos aprender a sobrellevar la desilusión, pero detenerse en sobrellevarla sería una oportunidad desperdiciada. Debemos integrarla a la fibra de nuestro ser y esto es una labor.
En el trabajo espiritual, es una fuerza que nos ayuda a transformarnos. Muchos de nosotros, por ejemplo, buscamos una vida espiritual precisamente porque estamos desilusionados con nuestra vida. Pero no se detiene allí, la desilusión continúa desempeñando un papel central en el trabajo espiritual profundo, uno que va mucho más allá de nuestras motivaciones iniciales.
El diccionario define la desilusión como un sentimiento de decepción con alguien o algo en lo que creíamos anteriormente. Las raíces de esta palabra se pueden traducir como “eliminación de la ilusión”. Entendiéndolo así, podemos empezar a discernir cuál es el propósito espiritual de la desilusión.
Los rishis, santos y yoguis descubrieron hace mucho tiempo que el sufrimiento humano nace de la “ilusión” o “maya”. En los Upanishads, maya se describe como el poder que tienen los dioses para hacer que los humanos crean en las ilusiones. Más tarde, maya llegó a entenderse como ignorancia (ajnana) sobre la naturaleza del ser. En otras palabras, la ilusión es percibir al ego como el ser. La realidad, por otro lado, es idéntica a Brahman, aquello que nunca cambia.
El yoga nos enseña que la desilusión es el motor de nuestra transformación interior porque la vida es un viaje que comienza en la ilusión del yo individual y se consuma cuando se elimina la ilusión y se experimenta la realidad de Brahman. El yoga es inequívoco, debemos experimentar la desilusión en nuestro camino hacia la liberación.
La desilusión llega como una tormenta que intenta arrancarnos del suelo. En vez de resistir la tormenta, es mejor entender que las tormentas traen bendiciones. Así como las tormentas arrancan árboles, también abren el terreno para los nuevos brotes de vida. La desilusión es la tormenta que nos despierta las fuerzas en nosotros mismos que necesitamos para transformarnos, crecer y madurar en formas que de otra manera solo permanecerían latentes. Nos da la energía para cuestionar las suposiciones sobre nosotros mismos y nuestro mundo de formas que de otro modo no estarían disponibles para nosotros. Podemos negar o suprimir tales fuerzas, pero hacerlo probablemente daría como resultado el caer en otra ilusión y perpetuar los ciclos de dolor y karma.
Quememos el velo de nuestras ilusiones, las falsedades que nos decimos a nosotros mismos y que nos creemos, pues son la fuente de la irrealidad e inautenticidad de la vida. Abracemos plenamente la desilusión y dejemos que susurre sus secretos más profundos en nuestro oído.
Hacerlo no es fácil ni cómodo, porque requiere que dejemos de lado cosas que nos son familiares, historias que nos han ayudado a prosperar o a sobrevivir, creencias que han mantenido a raya lo desconocido durante años , así como las grandes y pequeñas mentiras que nos decimos a nosotros mismos para negociar con la realidad.
San Juan de la Cruz poseía una luz espiritual que brillaba demasiado para algunos de sus compañeros sacerdotes, por lo que lo capturaron y condenaron a una celda medieval diminuta y oscura donde ni siquiera podía ponerse de pie. Lo torturaron durante nueve meses, no le permitían bañarse y lo obligaron a dormir sobre sus propios excrementos. Una noche, desolado, en un momento de un desamparo desgarrador, se entregó sin reserva a Dios. En su oración, escuchó un dúo en el que Dios y él se cantaban el uno al otro:
Le dijo a Dios: “Me muero de amor, cariño, ¿qué debo hacer?”
Dios respondió: “Entonces muere mi amor, simplemente muere. Muere a todo lo que no es nosotros; ¿Qué puede ser más hermoso? “
Encuentro esto tan profundamente liberador, un momento en el que uno está tan exhausto sentimientos sin sentido, creencias y juego mentales que ya no nos sirven más, que uno simplemente uno se rinde y lo entrega todo, y al hacerlo descubrimos que la brecha que nos separa de la totalidad se cierra, la dualidad desaparece, y el corazón sana en un segundo. Esta es la belleza incalculable de la desilusión y que es fácil pasar por alto.
Aceptemos la desilusión y abracémosla incondicionalmente, porque retará a la ilusión y nos liberará de sus garras. Este es un trabajo espiritual profundo del más alto nivel. Guru Arjan escribe: “Todo está dentro del hogar de nosotros mismos; no hay nada más allá. Quien busque afuera será engañado por la duda”.
Los budistas tienen una hermosa forma de entender esto. Usan la palabra Nibbida, que puede traducirse del Pali como desencanto o desilusión. Es la primera de las 12 condiciones para la liberación del sufrimiento que enseñó Buda. En el budismo se acepta la desilusión, hasta el punto de cultivar la desilusión con las enseñanzas budistas mismas, porque incluso eso es un obstáculo para la autorealización.
Para mí, la desilusión espiritual fue una experiencia particularmente difícil y dolorosa. Kundalini Yoga es la herramienta más poderosa que conozco y practico todos los días, pero tuve que desilusionarme con ella porque, en última instancia, también es un obstáculo. Confiaba en mi maestro, pero tuve que cuestionar eso también porque depender de un maestro externo era otra ilusión y por lo tanto un obstáculo. El precio que pagué por entender esto fue alto, pues fue una lucha dolorosa y dramática dentro de mí que se solo resolvió cuando solté todo y se lo devolví al infinito. Tuve una gran fortuna porque al final de esa lucha encontré al Verdadero Guru, la chispa que me mostró que solo debía confiar en el Uno, informe, impersonal, siempre presente.
Las palabras de Guru Ram Das lo resumen todo: “Mi mente se ha desilusionado y ha renunciado al mundo; ha obtenido la paz al recibir la bendición de la Gracia del Guru”.
Hoy, tengo otro nombre para esa gran fortuna, y se llama gracia.